Día 8M mujeres en el mundo.
Viví 18 meses en Bolivia y aún así no siento que llegara a comprender ni una pequeña parte de la complejidad socio – política. Si embargo, hubo algo que siempre me sorprendió, no pasa desapercibido: las mujeres. Bolivia habla en femenino, siente en femenino. Bolivia es sus mujeres.
Las encontraba en cada rincón, en la venta de mi barrio, en los puestos del mercado, en el surtidor, en la venta ambulante de comida y bebidas, en las esquinas de la Plaza del centro donde podía conseguir los papelillos de liar tabaco. Alguna llegué a encontrar, también, de taxista.
Ellas sostienen a la sociedad, si en Europa hablamos de trabajos invisibilizados y doble jornada laboral con los cuidados de la casa y del resto de la familia, en Bolivia pareciera que no les dan las horas del día, pues solo sus trabajos fuera del hogar lo ocupan casi al completo.
Pasan los roles de cuidadoras a las abuelas y a las hijas, en el caso de las primeras, retiradas con suerte porque otros sueldos familiares les permiten “jubilarse” y no por dolencias o enfermedad. Las segundas deben mantener la constancia y el esfuerzo en los estudios, obteniendo los mejores resultados posibles mientras que, nunca dejan de colaborar en el negocio familiar y/o la casa.
Si algo sí pude entender, porque como mujer, - mujer con privilegios: blanca, con estudios universitarios, europea, etc. – lo viví en mis propias carnes, fue el machismo. Sin lugar a dudas, una carga más para ellas. Un machismo visceral y primitivo, un machismo para el que no necesitaban a ninguna “blanquita” que se los explicara. Ellas, ya, se habían revelado
Llevaban años haciéndolo y cuando me fui el movimiento era cada vez más fuerte. Una muestra fueron las protestas contra las re - ubicaciones de los grandes mercados de la ciudad de Santa Cruz. Ellas dirigían los piquetes, ellas se ponían delante de los “pacos” para defender una lucha justa por mantener su lugar de trabajo y no se las marginara a las afueras de la ciudad en un afán de higienización y gentrificación.
Y a pesar, de toda esta carga que soportan, a pesar del trabajo, del cuidado de las familias, tanto ascendientes como descendientes, a pesar de los maridos, y en algunos casos por ellos, nunca vi tanta felicidad. Resignación y lucha se convertían en una, cansancio y sonrisa jugaban en compañía, preocupación y hospitalidad se llevaban de la mano (ojalá aprendiéramos a aquellos a los que se nos llena la boca hablando de comunidad).
Las que mejor me enseñaron esto último fueron “Las Patitas”, educadoras, gestora, cocineras, limpiadora de Los 2 Patitos, un proyecto de la Asociación Mi Rancho, entidad con la que trabajé. Esas mujeres son famosas por todo el barrio Guapilo (lugar donde se encuentra la guarde) por su desparpajo, alegría y compromiso.
Recuerdo entrar a esa casa como entrar a un oasis, una mirada de complicidad al cruzar la puerta, un abrazo lleno de calor al llegar a la cocina, una conversación honesta al calor de un café en la oficina. Todas ellas son matriarcas que llevan adelante sus familias, que luchan a diario por ofrecerle una buena educación a sus hijos, una vejez confortable a sus padres, y que cuidan de sus matrimonios.
Son mujeres fuertes y valientes, porque en países como Bolivia naces con el apellido valiente desde el momento en que naces mujer y porque hay que ser valiente para seguir viviendo cada día a pesar del miedo, re inventándose, sin dejar de crecer, dispuesta a aprender y aprendiendo a ser asertivas.
Gracias mujeres bolivianas, gracias por enseñarme, gracias por vuestra lucha. Gracias por vuestra valentía. A las amigas que dejé en el corazón de Sudamérica.
Idaira Gara.